Cinco décadas tomados de las manos
En estos 50 años, Rondalera ha dejado de ser una aventura para convertirse en la referencia educativa de aula abierta más importante del país.
Por Ana C. Griffin
En una Venezuela que 50 años después parece inimaginable nació Rondalera. Corrían los años 60 y en el país se asentaba la democracia, luego de varios años de dictadura. El petróleo era la gran carta de presentación. La mujer compartía cada vez con más frecuencia la casa y el trabajo, y un terremoto había dejado dolor y tragedia en la apacible Caracas. En medio de ese panorama, el Gobierno nacional anunció la reducción del horario escolar: de dos turnos se pasó a uno solo. Las hermanas Angarita Trujillo, Ana Rosa y Mercedes, conjuntamente con Maruja Hernández, padecen en carne propia el vértigo de pensar qué hacer con sus hijos mientras ellas tienen que trabajar. Ese dilema, que comenzó a trastocar la vida de muchos, fue la crisis que “alumbró” un taller de creatividad infantil para niños en edad preescolar mientras sus madres y padres trabajaban. Ana Rosa (psicóloga, pintora), Mercedes (antropóloga, socióloga y educadora) y Maruja (psicóloga) fundaron un espacio educativo recreacional donde los niños aprendían a través del juego y de la relación directa con el teatro, la danza, la poesía, la pintura y la música. En vista del éxito que había tenido la iniciativa decidieron realizar un “curso vacacional”, el primero del que se tenga conocimiento en Venezuela. Para el momento, los asistentes habían aumentado en número y el estacionamiento donde iniciaron el taller de creatividad les que- daba pequeño, por lo que las hermanas Angarita alquilaron una casa en la urbanización Campo Alegre, lo que se convirtió en la primera sede formal de la experiencia que aún no llegaba a calificarse como colegio.
“….es una Rondalera”
Pasaba el tiempo y el taller de creatividad aún no tenía nombre. Un día un niño hizo un dibujo de una ronda con un sol (es el famoso logo de la escuela) y cuando le preguntaron qué había dibujado, él dijo: No sé, una ronda, otro dijo: Una rondalla y otro niño dijo: Eso es una RONDALERA y se decidió que ése sería el nombre del colegio.
Una escuela tomada por la paz
Comenta Adriana Arostegui, hija de Mercedes Angarita y quien vivió de cerca el proceso de creación y crecimiento del colegio, que una de las experiencias que marcó su memoria fue la jornada dedica- da a la paz. Los niños del taller, por una razón que ella desconoce, comenzaron a pintar la esvástica (símbolo asociado a los nazis). Ana Rosa les enseñó que existía un símbolo opuesto que representaba la paz y desde ese momento los niños, por iniciativa propia, dibujaron el símbolo de paz por pisos, techos, paredes…A esta experiencia educativa, que funcionaba en la casa de Campo Alegre, se sumó Josefina Urdaneta, pedagoga y quien más tarde su propio colegio basado en la iniciativa rondaleriana.
Los trabajos de campo: sello distintivo
Rondalera comienza a formalizarse y del taller de creatividad pasó a ser una escuela con todos los niveles de educación primaria. En medio de esta nueva realidad, Rondalera se plantea una serie de interrogantes en relación a la metodología de enseñanza y proceso creativo.
La disciplina y el carácter represivo se afianzaban cada vez más en la educación formal. En este proceso de autodefinición surgen los trabajos de campo, el sello distintivo de la educación rondaleriana. A través de los viajes al interior del país, y el contacto con la realidad, el colegio ha encontrado una nueva metodología de aprendizaje.
Así, en lo que va de estos 50 años, Rondalera ha realizado más de 100 viajes al interior del país desde Guayana hasta Caracas, desde Sucre hasta el Zulia y desde Los Andes hasta el centro, pasando por los llanos, son pocos los rincones de Venezuela que Rondalera no ha recorrido.
Dos años de lucha y un amparo constitucional
No todo ha sido coser y cantar en estas cinco décadas. Uno de las situaciones más difíciles la vivió el colegio en los años 80, cuando el escritor Arturo Uslar Pietri, vecino de la nueva sede de Ron- dalera, presionó para que se ejecutara una orden de desalojo contra el colegio por las molestias que le generaba la algarabía de los niños en la hora del recreo. Empezó un hostigamiento permanente y orquestado por parte del Ministerio de Educación, Ingeniería Municipal y la Gobernación de Caracas. “Se nos impelía a desalojar el local sin ningún tipo de explicación. El ministerio nos envió un oficio según el cual el año escolar de los niños de Rondalera no sería reconocido”, cuenta Mercedes Angarita.
Este episodio se convirtió en una batalla legal. Fueron dos años de lucha en estrecha colaboración con los representantes, el abogado René Molina y su equipo y el diario El Mundo de la Cadena Capriles. Finalmente, en diciembre de 1982, la juez Superior Octava del Distrito Federal y Estado Miranda, Dra. Yolanda Poleo de Báez, declaró con lugar el recurso de amparo solicitado por Rondalera, que se registra como la primera aplicación de amparo constitucional en el país y según el cual “al Colegio Rondalera le asiste el derecho de enseñar y educar en su actual establecimiento con reconocimiento del año escolar y el derecho a los niños a continuar sus estudios en el plantel escogido por sus padres”
Un polvorín ideológico
Arostegui recuerda que en los años 70 el colegio presentó una obra de teatro, “La mecanización del hombre”, dirigida por Yorlando Conde, en la sala de conciertos de la Universidad Central de Venezuela. La obra, que representaba el tema de la explotación a los trabajadores, terminó convirtiéndose en la gran manzana de la discordia entre los asistentes al evento. Algunos la tildaron de comunista, otros la defendían. La prensa de la época reseñó el evento y los intelectuales más reconocidos tomaron partido por un bando u otro. Una presentación colegial que “movió” a la élite cultural venezolana.
Y finalmente obtiene tiene sede propia
Jesús Soto se hizo famoso. Lo acompañaron en la cúspide otros artistas plásticos como Alejandro Otero, Gego, Carlos Cruz Diez. Francisco Masiani escribía su célebre Piedra de Mar, los gobiernos adecos y copeyanos se turnaban en el poder, el precio del crudo iba viento en popa, la pobreza se escondía en medio de la opulencia petrolera. En el mundo, la televisión se iba colando con mayor fuerza entre las paredes de los hogares, se inició la Guerra de Iran-Irak, cayó el Muro de Berlín, la Guerra Fría se terminó de enfriar y Rondalera seguía aún sin tener una sede propia.
Del estacionamiento donde nació el taller de creatividad, pasaron a una casita en Campo Alegre; de allí a la Av. Nivaldo en La Florida y luego, sin salir de La Florida, se fueron a la bella Av. Los Jabillos. A mediados de los 70 Rondalera se muda a la 9na. transversal de Altamira y posteriormente regresa nuevamente a La Florida, pero esta vez a la Av. Los Pinos. Ya en la década de los 80 el colegio se hace vecino de la urbanización San Bernardino, donde luego de tres mudanzas logra adquirir una casa propia.
En estos 50 años, en cualquiera que haya sido la sede, alquilada o propia, Rondalera ha formado ciudadanos que se encuentran en Venezuela o repartidos por el mundo, pero que recuerdan, en la mayoría de los casos, su paso por el colegio como una experiencia enriquecedora y lo mejor de todo: un lugar donde muchos fueron felices, sin que esto haya estado reñido en ningún momento con la calidad académica.
(Entrevista publicada originalmente en la revista aniversario “50 Rondas y las que faltan” Junio de 2017)